Me gusta visitar lugares otakus como librerías, tiendas, cafés, convenciones, ferias, etc. Disfruto mucho de esta afición. Anteriormente ya había estado en Cafetería Cosplay, y realmente fue una experiencia que disfruté mucho, como consta en este post. Pero con el tiempo me enteré de que había abierto otra cafetería temática otaku, mas esta vez en un barrio inusual. Inusual para el negocio, en mi opinión. Se trataba del Barrio Lastarria -aunque más bien es cercanía del Parque Forestal su ubicación. Por lo tanto, traté de averiguar un poco más antes de llegar allá. Se trataba de Magikoffee, un café ubicado en la esquina de Ismael Valdés Vergara con Miraflores, a una o dos cuadras del Metro Bellas Artes. Podría ir perfectamente a la salida del trabajo hasta allá. Solo era cosa de organizarme.
Mi primer intento fue el lunes 11 de junio. Salí de la oficina… y recordé que debía comprar algunos remedios en la farmacia. Luego de eso, intenté abordar el Metro en Estación Manuel Montt. Sin embargo, me estaba resultando difícil hallar un carro con el espacio suficiente. Ya eran las 7 de la tarde y no contaría con espacio temporal suficiente para llegar y quizá ser atendido. Resignado, desistí de mi intención y preferí llegar a casa. Lo intentaría de nuevo al día siguiente.

El martes volví a salir a una hora adecuada de la oficina, y sin dilación llegué al Metro. Pasé la tarjeta de transporte e ingresé al andén. Los carros pasaban y no lograba abordarlos por la cantidad de gente y el poco espacio que había en cada vagón. Cuando por fin logré abordar un carro, habían pasado un poco menos de 20 minutos. Hice la combinación en la Estación Baquedano con dirección a Maipú. En este nuevo andén logré abordar el tercer tren, y de ahí me bajé en la Estación Bellas Artes. Desde la salida única, caminé hacia el norte hasta Ismael Valdés Vergara, y desde ahí fui hacia el poniente un par de cuadras. Un letrero callejero con la identificación del local y un código QR me dio la bienvenida.
El exterior era el de un edificio antiguo blanco, quizá patrimonial. Seguí el protocolo de ingreso preparando mi pase de movilidad para cuando fuese requerido. Luego de eso, ingresé midiendo mi temperatura con un termómetro digital sin contacto, y desinfecté mis manos con alcohol gel. De inmediato fui saludado por una garzona con un delantal negro. Me convidó a acomodarme en una de las dos mesas que quedaban disponibles y me señaló un código QR que estaba ubicado en la mesa. Gracias a este, desde mi teléfono móvil podría acceder al menú. Con cortesía, me señaló que estaría dispuesta a atenderme cuando tuviese decidido mi pedido. Luego se alejó para continuar su labor.

Finalmente estaba instalado dentro de Magikoffee, en una de las mesas. Estaba alucinado por el hecho en sí. Luego de la impresión inicial, reparé que mi mesa era lisa de un color negro, y encima estaba un timbre inalámbrico en el centro de la mesa. Asumí que servía para llamar a alguna garzona o algún tendero en caso de necesitarle. Tomé el teléfono, y accedí gracias al código QR al menú. Ahí me decidí por un sandwich de mechada con queso derretido («Carne Mechada Sando») y una tetera individual («Tetera para uno 200 ml»). Pensé también en pedir algo de la pastelería, pero preferí dejarlo para otra ocasión. Y es que mi capacidad de ahorro -al menos por esa semana- era tema. En breve, llamé para atención y apareció la misma garzona, quien con amabilidad tomó mi pedido y se comprometió a volver en breve antes de irse.

Luego, empecé a fijarme en los detalles de la cafetería: las mesas eran lisas, de un solo color. La mía era negra, otras eran blancas. Los muros eran de fondo blanco, pero tenían diseños de animé coloreados. Tenían además unas páginas de manga que hacían de segundo plano. Yo reconocí unos cuantos animés a partir de los diseños. El piso era de embaldosado en blanco y negro con formas de espiga. El cielo tenía una forma redondeada, como abovedada, lo que contribuía a que fuese el ambiente un poco más íntimo. Había bastante gente, sin estar lleno, y por los parlantes sonaba música de animé. En uno de esos temas, de Sailor Moon por lo que recuerdo, reconocí la voz de Salomé Anjarí. Había gente joven y adultos jóvenes junto con niños y una rubia que se parecía a Androide 18 de Dragon Ball Z. Asimismo, aproveché de tomar más fotografías del entorno, procurando no incomodar a los demás comensales.
Unos instantes más tarde, la garzona me trajo mi pedido: primera llegó con la tetera individual y una taza pequeña, además del endulzante dispuesto en un dispensador. Y luego volvió con un sándwich de carne mechada con queso derretido en pan panini blanco, con una banderilla de Shinchan puesta encima. Estaba expectante. Bueno pues, al ataque.

El pan estaba caliente y suavemente tostado. La carne mechada era sustanciosa y el queso también estaba rico. El sándwich era muy sabroso, se notó que estaba hecho con cariño. Y la tetera, bastante elegante por cierto, contenía un té negro caliente y refrescante. Hacían ambos alimentos un buen maridaje.
Mientras disfrutaba de mi hora del té otaku, vi a la rubia que se parecía a Androide 18 salir con una señora por la puerta principal. Luego vería en Instagram la verdad: era mi colega Salomé Anjarí a quien no reconocí con la mascarilla. El que ella, una anisinger consagrada, también escogiera ese lugar para su reunión hablaba bien del posicionamiento entre los fans de Magikoffee y, en general, de los cafés o restaurantes temáticos de cultura popular japonesa.

El resto de la jornada disfrute del sabor de mis alimentos, del ambiente visual y del sonido de la música de animé en el aire, de la amabilidad de quienes atendieron esa tarde y del sentirse parte de ese ambiente. Tomé unas cuantas fotografías, pagué mi consumo y me fui a casa con una sensación de haberme «sacado las ganas». Pero también de tranquilidad y alegría por la existencia de estos lugares en mi ciudad, y con un acceso fácil para la mayoría de la gente. Ojalá lugares como este duren mucho tiempo.