La experiencia vivida anteriormente en Buin (Tadaima Fest Verano 2016) fue triste e inesperada. Tanto así que, gratuitamente, empecé a cuestionar mi capacidad para cantar de un modo adecuado. En un principio, tan solo no quería que me volvieran a echar al saco. Entonces, la mejor manera de reducir la posibilidad de que eso pasara, pensaba, era haciendo prácticamente imposible la apelación a mi supuesta «técnica vocal inferior».
Pero, pensándolo mejor, quizá debía apelar ya a otras instancias para pulir mi técnica y mi desempeño en el escenario. No podía pasar de competencia en competencia pensando en que solo así, midiéndome con otros artistas, podría mejorar. Además, no bastaba ya con dar espectáculo, intenta copar el escenario o hacer participar al público. Debía estar seguro de que mi técnica vocal era la adecuada para seducir al público con un anisong clásico y un espectáculo limpio.

De modo que ambas, despecho y aprendizaje -aunque más la primera-, me motivaron a buscar desde el lunes siguiente al descalabro un taller de canto. En lo posible debía cumplir con dos premisas: cercanía a mi oficina y un precio no excesivamente alto (en esa época no tenía más gastos que pagar transporte y gastos básicos). Por lo tanto busqué en el medio donde iniciaba todas mis búsquedas de eventos: Facebook.
En medio de los resultados de las búsquedas hubo una agradable sorpresa: había un taller de canto que arrancaría en una semana, en la misma cuadra de mi oficina, en Providencia. Era ofrecido por el Instituto de las Artes de Chile. Duraba 8 sesiones durante 4 semanas y si bien el valor no era económico, tampoco era alto. Por lo tanto, decidí apuntarme.

El día convenido, la 3era semana de Enero de 2016, acudí a la cita. Había disminuido mi despecho y se afianzaba en mí genuinas ganas de aprender y sacar lo más granado del conocimiento de mi instructor. Entré al lugar. El Instituto de las Artes de Chile era una casona de 2 pisos en calle General Del Canto en Providencia. Estaba dividida en diversas salas: un lobby, pasillos y salas de ensayo con instrumentos como piano eléctrico y guitarras. Luego de ingresar mi nombre con la recepcionista y pagar el importe acordado, conocí a algunos de mis compañeros en ese lobby. Seríamos 4 al parecer, una chica y 3 varones. Y ahí conocí a mi instructor, el músico y cantante cristiano Isaac Vasconcellos. Un profesor joven pero muy educado y atento, con mucho entusiasmo por la enseñanza.

La clase consistía en esto: dentro de una sala blanca con piano conectado y unas sillas junto al muro, los alumnos nos colocábamos de pie frente al piano pero a unos 3 metros de este, formados unos al lado de otros. Para iniciar, unos minutos de estiramientos corporales, y luego calistenia respiratoria. Luego, vocalizaciones con el piano y ejercicios con la boca. Y luego, a cantar la canción que cada uno tenía preparada de antemano. Para ello, cada uno llevaba su pista musical dentro de una pendrive que el profesor conectaba a un computador portátil enchufado, a su vez, a unos parlantes. Y de ese modo, mientras cantábamos, el profesor nos corregía las posturas, la voz y la técnica. Y con él empezó mi andadura de aprendizaje con ejercicios respiratorios, vocalización y postura correcta.

Si bien aún estaba despechado por lo de «Tadaima», en el intertanto estaba recibiendo noticias hermosas: había empezado a ser sondeado para eventos de animé como anisinger. El primero que se fijó en mí fue «AURA – Hadas y Duendes». La historia de como se contactaron conmigo fue así: el día de mi victoria en el evento «Erabu 2015» y un poco antes de la decisión del jurad, una de las espectadoras que me vio actuar se acercó. Además de felicitarme por mi actuación, me preguntó los datos de mis redes sociales y me consultó si me gustaría ser invitado a un evento. Pasó un buen tiempo y no tuve noticias de ese evento. De hecho, me había olvidado un poco del asunto, así que decidí postularme a otros eventos. Paradojalmente me postulé a un evento de dos productoras, llamadas FMC y Clip Eventos. Envié mi correo de postulación la última semana de enero, cerca del día 26. Me llegó un correo de una persona que dijo que me conocía y que habíamos hablado en el evento Erabu. Se llamaba Mérida y me pregunto que si me gustaría cantar y además conducir un karaoke. Estaba fascinado por la sola idea. Ya hablaré más de eso cuando quiera contarles de historia de Aura.
Y ese hecho incentivó mi mejoría, incluso con ciertos contratiempos, como que en los ensayos mi garganta se secaba y resentía más rápido, quizá porque no había aprendido a empujar la voz con el diafragma. De hecho, con mi profesor trabajamos en no forzar la garganta y hacer el trabajo con el estómago. Y siempre acompañándolo con la postura y la dedicación que el cuerpo exigía para el ejercicio del canto. El trabajo constante y los ensayos me ayudaron a sentirme más seguro respecto de mi canto, sin recurrir a la competencia para tal fin. De hecho, empecé a meditar la posibilidad de renunciar a las competencias y los karaokes -condicionado esto a la frecuencia de las invitaciones a eventos. Y asi mismo, las invitaciones retroalimentarían mis ensayos y mi mejoría en el desempeño.
Luego de 4 semanas, llegaba a su fin el taller. Fue toda una bella experiencia conocer a gente muy linda como mis compañeros, con los cuales compartí mi gusto por la música de animé -canté muchas veces Kimi ga Iru para ellos- y disfruté sus presentaciones con sus canciones favoritas de estilos tan diversos como el rock latino y las baladas anglo. Y todo en compañía y dirección del profesor Isaac, un instructor amable y generoso, con vasto conocimiento en la música y el escenario.
Mi gratitud para con toda esa gente maravillosa.
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