Hice alusión en la entrada anterior a la etapa en la me decidí a aprender japonés. Pero no había aclarado a que correspondía tal motivación.
Pensando en mi proyecto musical, una de mis metas era poder componer y cantar mis temas. Sin embargo, con la llegada de la geekeria a mi vida, decidí que mi nueva meta sería aprender japonés, y quizá llegar a Japón. Así que desde el 2014 me propuse buscar la instancia para el aprendizaje. Quería hablar otro idioma, pero no era inglés. Mi romanticismo superó a mi pragmatismo, y por eso me incliné al lenguaje asiático, pues era mi sueño hablando.

Mi primera opción era buscar un curso que fuese económico y que quedara más o menos cerca, para lo cual recurrí a google. En la búsqueda descarté el Instituto Chileno Japonés por el precio y por ciertas referencias insatisfactorias. Y también a Ceija por el precio. Me incliné por el curso llamado Japonés desde Casa, que tenía un precio asequible. Solicité información por e-mail y fui respondido por Oriel, el coordinador del mismo. Me invitó a formar parte de sus clases, las cuales serían dos veces a la semana -por lo que me acuerdo- en el Centro Nur Baha’i, a las 19:00 el inicio. Y esa era la dificultad: el Centro se ubicaba en la comuna de La Granja, por Av. Américo Vespucio y a una cuadra de Gran Avenida. Literalmente tenía que salir a las 18 horas de la oficina, correr al Metro y tener suerte de encontrar algún vagón con espacio, combinar en Los Héroes y de ahí encontrar otro vagón con espacio hasta La Cisterna, y de ahí caminar dos cuadras al poniente hasta el Centro Nur Bahai. Toda una travesía. Cuando expresé mi preocupación a mi hermana y jefa por tamaño problema, me sugirió que hallara algo menos económico, pero más cercano y así evitarme el stress.

Fue por eso que me inscribí en CEIJA, que estaba ubicado a un par de cuadras de mi trabajo. Preferí pagar más, pero no correr para llegar a cada clase. El edificio era pequeño (una casona de dos pisos), pero tenía salas y espacio suficiente para acoger cada clase y para las dependencias restantes, como oficina de dirección o recepción. Ahí inicié mi aprendizaje de japonés, conocí a mis senseis, amigos y un ambiente grato que incentivaba mi trabajo por los sueños.
Llegó el 2015, y en plano proceso de aprendizaje, llegó mi trastorno ansioso. Se me hizo más difícil todo: era algo desconocido para mi, pero me esmeré para no faltar a las clases. Sin embargo, se hizo evidente que debía privilegiar mi tratamiento, por lo tanto, no siempre iba a las clases. De hecho, no recuerdo si terminé ese año el curso o no.
Pasó el tiempo, y ya en el año 2016 mi amiga personal Camila (la Cami Neku) me recomendó a su profesora de japonés. Ella sabía que yo había estado aprendiendo japonés, ya que lo conversábamos. Estaba consciente de que por mis achaques había decidido dejar la escuela presencial, y por ende, ya que nos veíamos de vez en cuando, me dio una ayuda. Me recomendó a su profesora para que la fuera a ver y le preguntara si podía hacerme clases. La Sensei se llamaba Marie Wanibe y me contacté por ella a través de… mail o whatsapp, no lo recuerdo. Pero luego del contacto, me citó a una dirección para vernos, convinimos el precio y nos despedimos hasta la primera clase.

Llegué hasta la casa de la Sensei Marie Wanibe en la fecha acordada. Hacía sus clases en Plaza Brasil, en Santiago Centro. Desde ese momento, me expuso el plan de las clases. Usaríamos el material de aprendizaje de la radiotelevisión japonesa NHK, descargable desde internet. Desde ese momento, inicié el reforzamiento de las frases más convencionales del japonés y ciertas palabras -algunas aprendidas en mi etapa en Ceija. La motivación de esas clases y el tono amable de la sensei me hicieron sentirme muy bien en las clases, sin las presiones que debí afrontar en etapas anteriores. En una de las clases en su casa, aprovechó de presentarme ante su familia: su esposo y sus hijas. Un encanto de personas todos. Y sentí que realmente debía retribuir esa confianza.

Unas clases más tarde, empezamos a trabajar en kanjis, su uso y significado. No conocía muchos, pero pensar en la cantidad que debiese memorizar me agobia un poco. Asi que acordamos ir aprendiéndolos a los ritmo. Y más aún, me ayudó con los kanji y me enseño caligrafía de shodo con tinta y papel de arroz. Mi maestra era una experta es estos avatares. Al tiempo, yo pude realizar mis propios kanjis en shodo, y más adelante, me compré en Ceija mis propias tinta, brocha y papel de arroz. Con ello comencé a practicar en mi casa el shodo que iba aprendiendo en clases. En una de esas, la sensei me regaló un shodo que decía Shiro No Wāru (シロノワール) y me explicó que era un postre japonés. Se trata de una pastelito circular con masa croissant servido con helado cremoso servido arriba y con agregado de miel de maple. No lo conocía, pero me dijo que era delicioso ¿Por qué ese postre? Por mi seudónimo: supo que me llamaba Ciro Noor y lo encontró parecido al postre. ¿Llegará el día en que se diga que mi música es dulce como un Shiro No Wāru?

Además, me tradujo dos canciones de mi autoría al idioma japonés. Anteriormente, solo la sensei Reiko Nakai de Ceija me tradujo una canción (el proyecto Himno, inédito). Estaba buscando la posibilidad de cantar en japonés una canción inédita para la navidad y una ya escrita (Reencuentro). Esta última la tradujo como Saikai. De hecho, la grabé incluso y quedé contento con el resultado. Espero algún día estrenarla en vivo. Y ofrecerle a mi sensei Marie la posibilidad de escucharla. Y las siguientes.

Y antes que se me olvide… la sensei Marie es una DJ de música electrónica bastante talentosa y además una grandiosa modelo. De hecho, ha aparecido en publicidades de Champán Valdivieso en Chile, y en Uniqlo de Japón. Y ha actuado en fiestas electrónicas en Bellavista, el locales onderos especialistas de esa música, como los de calle Chucre Manzur. Tan así es que en el comercial de la Champán aparece tocando un set de DJ en una terreza en pleno atardecer. En ese tiempo, Valdivieso quería posicionar su espumante como ondero y super de moda, y por lo tanto necesitaban de una puesta en escena correspondiente a la idea.
Puedo decir que cada cierto tiempo viaja a Japón y para los meses de verano vuelve a Chile. Además, apareció en un reportaje de la televisión japonesa en la época del estadillo social. Al parecer, querían a un testigo que les narrara de primera fuente que era lo que estaba pasando en Chile en ese momento histórico. Además, gracias a ella conocí a Yuki, el barbero itinerante, que me recortó mi cabello en Plaza Brasil mientras yo intentaba hablar japonés a la Tarzán.
Con Marie viví muchas experiencias, todas buenas y sin queja. Aún hoy le estoy muy agradecido y tengo los mejores recuerdos de ella y su gente. Ojalá hubiera más gente así. Y aunque no la hubiera, que ella exista es señal de esperanza para mi mundo.

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