En busca de la Geekeria

He narrado anteriormente que mi experiencia con la geekeria fue temprana. Desde mi temprana infancia, en los coloridos años 80. En la entrada referente a mi prehistoria artística, cuento acerca de las influencias que me formaron como humano y artista. En resumen:

· En los años 80’s, veía animé clásico como Robotech y programas como Pipiripao. Iba al negocio de mi papá a jugar videojuegos, estudiaba con mi mamá que era más entusiasta por mi aprendizaje y conocí el Atari.
· En los 90’s empecé a oír más música (y más radio por consiguiente). Vi la WWF y viví el auge del animé.
· En la década del 2000 experimenté la explosión del movimiento otaku e intenté estudiar música.
· Y en los primeros años de la década siguiente, asumí mi geekeria e inicié mi andadura en la música como anisinger.

Desde temprano en mi vida, experimenté una cercanía al animé, la música, los videojuegos, los videos en VHS y la búsqueda del conocimiento. Y estos se transformarían en deseo de cercanía con estos objetos de ñoñez.

Marquesina del flipper Golden Arrow de Gotlieb.

Año 2017. En plena etapa de para artística, me vi con más tiempo para dedicarme a la geekeria. Aproveché los días libres y fines de semana para experimentar. Por ejemplo, en febrero acudí a una cita con los videojuegos. En calle Merced, Santiago Centro, detrás del pasaje Philips, está ubicado el edificio que acoge a las Galerías Plaza de Armas. En su subterráneo está el establecimiento de juegos electrónicos Entretenimientos Diana. Ahí entré y me deleité con máquinas clásicas, arcade y algunos flippers. Fue un gozo del cual rescaté mi encuentro con el pinball Golden Arrow, un clásico de las bolas de acero. Me faltó un poco de práctica con los flippers, pero de todos modos fue una experiencia histórica. Fue un constante recordar con los clásicos del arcade y algunas máquinas nuevas que me parecieron muy entretenidas. Y luego, pasé al frente, al Centro Comercial Casa Colorada, en cuyo segundo piso estaba la tienda de videojuegos antiguos Furu-Pawa. En esa tienda me recibió Alejandro, el tendero, quien me señaló la máquina arcade con la marquesina de Juegos Delta, marca clásica en Chile. Con ese arcade jugué una partida de Snow Bros. de Toaplan. Lo pasé bien, y pude tocar con mis manos esa estructura rescatada de un viejo Delta.

Fotograma de mi sensei Marie sacada de la promo de Uniqlo.

Ya que además deseaba más cercanía con la cultura japonesa, me inicié en su idioma. Quiero referirme a la etapa en la que aprendí (algo de) japonés: Mis primeros cursos fueron alrededor del 2014. Y si bien mi primera intención fue inscribirme en el Curso Japonés en Casa del Sensei Oriel, me incliné por los cursos del Instituto Cultural Ceija, que me quedaban más cerca (Providencia en vez de La Cisterna). Estuve cerca de dos años con la gente de Ceija y aprendí bastante, hasta que llegó mi trastorno ansioso. De vuelta al 2017, por consejo de mi amiga Cami Neku llegué hasta la Sensei Marie Wanibe, que hacía sus clases en Plaza Brasil, en Santiago Centro. Con ella retomé el estudio usando el material de aprendizaje de la radiotelevisión japonesa NHK. Y más aún, me ayudó con los kanji y me enseño caligrafía de shodo con tinta y papel de arroz. Mi maestra era una experta es estos avatares. Y algunas clases, me abrió las puertas de su casa y conocí a sus maravillosa familia. Además, me tradujo dos canciones de mi autoría al idioma japonés. Aún hoy le estoy muy agradecido y tengo los mejores recuerdos de ella y su gente. Ojalá hubiera más gente así. Y antes que se me olvide… la sensei es una DJ de música electrónica bastante talentosa y además una grandiosa modelo. De hecho, ha aparecido en publicidades de Champán Valdivieso en Chile, y en Uniqlo de Japón. (La foto a la izquierda ilustra su aparición en esta última)

En esas necesidad de profundizar en el idioma oriental, adquirí un par de libros de japonés llamados «Japonés en Viñetas». Ambos escritos e ilustrados por el traductor y mangaka catalán Marc Bernabé. Ese mismo año me enteré que estaría en Chile, dando una charla en el Centro Cultural GAM de Santiago Centro. No perdí el tiempo y me inscribí, pues llevaría uno de los libros para que me los firmase y además me quedaría para su exposición. Ésta se trataría sobre la influencia de Osamu Tezuka en el manga contemporáneo y en la cultura japonesa. Tema de mi interés, pues una de mis animaciones favoritas es Astroboy -cuya segunda serie vi completa. Estar ahí, atender la exposición y que me firmara el libro fue una de las cosas más notables que me pasaron ese año.

Yuki Kawamoto junto a este servidor, posando.

Conocí además a Yuki Kawamoto. Yuki-san es un barbero japonés que recorre el mundo en plan de turista, y en su paso por Chile se alojó en la casa de sensei Marie. Me dieron la oportunidad de conocerlo, de hacerme la barbería con él y departir un poco en japonés. Respecto del idioma… hice lo que pude. Me trababa al intentar comunicarme (estaba un tanto nervioso), y si logramos entendernos fue gracias a su asistente, que hablaba algo de español. Yuki-san me cortó el cabello ahí mismo en Plaza Brasil, y fue una experiencia grata. Él si que no se trabó. Es un estudioso de su oficio y obró con profesionalismo para mejorar la apariencia de mi cabello. Aproveché de recomendar su excelente trabajo en mis redes sociales, principalmente Facebook. Eso, después de pagarle, fotografiarme y despedirme con cortesía. Luego de su paso por Chile, continuo su viaje por el mundo.

Estas no fueron todas las experiencias que vivencié ese año buscando la geekeria o una inspiración que me acercase a mis afectos de ocio o de cultura. Hay una cuantas más en las que quiero hacer remembranza.

Monolito de la Sakura. Providencia, Santiago de Chile

El Monolito Sakura en Providencia: ese año tomé una costumbre un tanto extraña. Se trata de un monolito que está ubicado en calle Huelén, entre la Costanera Andrés Bello y Av. Providencia, frente a las Torres de Tajamar. Esto es Providencia, Santiago. Este hito es un homenaje financiado por empresarios chilenos y japoneses para conmemorar el inicio de las añosas relaciones diplomáticas entre Chile y Japón. Y la costumbre se trataba de esto: Cada sábado, a las 18:00, tenía que pasar por frente a este monolito conmemorativo, tomarle una foto y subirla a Instagram. Y si no lograba pasar, de todos modos compartía una fotografía del lugar en cuestión. Era algo que yo sentía que me acercaba a mi objetivo, que me conectaba con lo que quería hacer de mi futuro. Ir a Japón y hacer música. Y eso era lo más cerca que tenía.

A veces en mis salidas, me encontraba con cosas geek que compartía como el Pacman hecho con post-it sobre un ventanal de balcón en un departamento en Manuel Montt. Que tenían al lado una estrella de Super Mario hecha de modo similar. O mi encuentro con dos cosplayers de Star Wars a los que les pedí una foto y accedieron a posar conmigo. Me dijeron que tenían un evento futuro en el Centro Cultural Manuel Montt. Fue una oportunidad linda.

Y también aprovechaba mis salidas para divertirme o distenderme, aún con la presencia de mi ansiedad. Aproveché el consejo de mi mamá, pues me veía abatido por mi sintomatología, y acudí a un taller de manualidades en Santiago Centro. Se trataba de pinturas sobre vajillas (platos y tazones) organizados por el Taller El Merou (actualmente se llaman Totem magico). Pasé a una casa antigua en el centro de Santiago, junto con otra niña que tomaría el taller. Concoí a la pareja que serían los talleristas, un hombre y una mujer, y supuse que serían pareja en la vids real. Nos entregaron los materiales y un tazón blanco. Sobre ese tazón empecé a crear mi pequeño arte: un Pac-man comiendo sus puntos sobre la loza. Disfruté mucho ese proceso creativo. Y me olvidé de mis problemas esa tarde de sábado. Se me pasó rápido esa tarde.

Mi tazón pintado en Taller El Merou, Santiago de Chile

A lo largo de ese año busqué mucho esas instancias para ser feliz y conectarme con lo que realmente me satisface en el mundo: crear, jugar y disfrutar el proceso. Creo que es algo que bien podría retomar ahora. Y dejarlo como una máxima para mi vida.

Me inspiré en el letrero de «Winners don’t use drugs» de los videojuegos de los 90 para crear mi propio letrero, llamando a la suscripción a mis redes sociales.

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